domingo, 4 de noviembre de 2012

Por que un Martín Santomé y una Laura Avellaneda sí existen

Por que lo he visto con mis propios ojos y he sentido muy cercanos al Martín que es nostálgico, con un tinte fatalista, deprimente y sin esperanza alguna. Un Martín que aprendió de la soledad y le gusta, la disfruta. Un Martín que olvidó sentir, olvidó el placer (cualquier tipo de placer) por que no le quedaban años para eso, si no para tener amistades, reir de vez en cuando y disfrutar de la soledad.
Y una Laura joven, llena de vida que se cruza en el camino de tal Martín. Una Laura que vuelve a hacerlo creer en la vida, una Laura que le recuerda todo lo olvidado.
Una relación no convencional, cronotópicamente anacrónica, una relación que no carece de ese temor y desconfianza que propicia el futuro pero que, sin embargo, no empaña la felicidad que estos dos seres humanos están decididos a experimentar.
Ella lo cuida, lo comprende y quizás lo consuela de lo que significa ser hombre por tantos años. Él la protege, la respeta, la cela. Se aman.
Uno desea que éste tipo de historia tengan un final pleno y feliz. Pero las cosas se tornan complicadas... Y bueno, el amor siempre dura un poco más de lo que debería.
Por un rato Martín y Laura te obligan a esbozar una sonrisa un poco quimérica, pero una sonrisa. Sin embargo olvidamos que Mario no estaría dispuesto a dar un final feliz, es Mario. Por lo tanto como un tropiezo antes que te quedes dormido, te despiertas. Y reaparece ese tinte fatalista, deprimente y sin esperanza alguna.


"Pienso en el placer (cualquier forma de placer) y estoy seguro de que eso es vida. De ahí el apuro, el trágico apuro de estos cincuenta años que me pisan los talones. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿cuántos me quedan de placer? Tenía veinte años y era joven; tenía treinta años y era joven; tenía cuarenta años y era joven. Ahora tengo cincuenta años y soy «todavía joven». Todavía quiere decir: se termina"

jueves, 1 de noviembre de 2012

Toco tu boca, Grande Julio


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar. Hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. 
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. 
Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.